Para empezar, he de decir que La gran belleza, es de esa películas que necesitan un segundo visionado para sacarle todo el sentido, o enterarte de todo lo que parece ser que te has perdido. Con esto no quiero decir, que no me haya gustado, sólo creo que me pierdo algo del fondo, por culpa de la forma. Y es que la forma de la película de Paolo Sorrentino (Un lugar donde quedarse) te absorbe y te deja clavada en la butaca casi sin respiración. Sólo con la segunda secuencia, la de la fiesta del ático, entramos de lleno en esta bacanal audiovisual que es la película.
La acción transcurre en Roma, en un verano, y nuestro Cicerone por esta cinta será Jep Gambardella, un periodista y ex-escritor, que nos irá mostrando en ese escenario que es la ciudad, toda una parade de personajes dignos de un Fellini, y escenarios dignos de una Dolce Vita. Por villas,palacios y puti-clubs iremos conociendo a nobles decadentes, criminales de guante blanco, actores, intelectuales, políticos, religiosos, locos y visionarios.
La acción transcurre en Roma, en un verano, y nuestro Cicerone por esta cinta será Jep Gambardella, un periodista y ex-escritor, que nos irá mostrando en ese escenario que es la ciudad, toda una parade de personajes dignos de un Fellini, y escenarios dignos de una Dolce Vita. Por villas,palacios y puti-clubs iremos conociendo a nobles decadentes, criminales de guante blanco, actores, intelectuales, políticos, religiosos, locos y visionarios.
Quizás la escena que define del todo a La gran belleza sea la última cena de la película en casa de Jep, con los amigos cercanos reunidos y compartiendo miserias.
Mención aparte merece la realización: con un montaje vertiginoso y encadenando travellings, y de tanto en tanto algún plano-clave, intuyo que cargado de simbolismo, que esta humilde espectadora, todavía no acaba de descifrar.
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