Los de nuestra generación todavía somos
afortunados. Aunque la mayoría hemos crecido en ciudades o pueblos grandes,
tenemos o hemos tenido , por "h" o por "b", mucha conexión con el campo y la
montaña. Hemos subido a árboles, hemos robado mandarinas por los caminos, nos
hemos hecho una cabaña con cuatro cañas, hemos coleccionado bichos, hemos
alimentado gusanos de seda. Mil historias relacionadas con el mundo natural, y
concretamente, con el animal.
Todo esto me viene a la cabeza por un descubrimiento
que me ha dejado pensando. Yo sé, que según el lugar, el pueblo, o la lengua,
los bichos tienen nombre diferentes: una mariquita, un revolta-campanes, un
pelotero, unes tisoretes, etc. Lo mismo pasa con flores y plantas. La
imaginación muchas veces bautiza todo lo que vamos descubriendo a lo largo de
nuestro curso escolar perenne, que viene a ser la vida misma. Todo esto viene a
colación por un descubrimiento que hago a los "tantatantos".
¿Os acordáis de los abuelitos? Esas pelusas
blancas en forma de pompón que aparecen volando por el campo. Entonces echábamos
a correr detrás de ellas para soplarlas y pedir un deseo. Yo las conozco como “abuelitos".
Si soplabas y volaban, el deseo se cumplía, si soplabas e iban hacia el suelo,
el deseo fracasaba. En eso nos divertíamos. Bien pues como decía , ahora ya
mayor, me entero de donde vienen los abuelitos. Vienen de las pencas, de la planta de las pencas, lo que por
el norte y el centro de la península llaman cardos. Lo descubrí el otro día
viendo los botes de semillas de mi padre.
Seguramente no me había preguntado nunca de
donde salían aquellas misteriosas cosas (no eran flores propiamente dichas, ni
plantas, ni bichos) , o tal vez las interferencias urbanitas me despistaban de
mi aprendizaje, y en realidad es
algo que todos sabéis. En fin, para mi ha sido una sorpresa, mira tú.
Lo que es cierto es que todavía hoy creo en
esa tontería. Veo un “abuelito” y allá que voy a soplarlo. En el fondo, no dejamos escapar al niño que llevamos
dentro. Y eso debe ser bueno. Más en los tiempos que corren.