07 septiembre 2015

Dos días por Salamanca


De esta plaza dicen que es todo armonía. Hasta el número de sus arcos , 88, es perfecto. Armonía, una palabra que se extiende a lo largo y ancho de esta ciudad. Y justamente la Plaza Mayor es el lugar donde empezar a descubrirla. Siéntate en uno de sus doce bancos de piedra, a distintas horas del día, y mira como cambia su pulso y su color. 



Sin ser ciudad de grandes alturas, no puedes de dejar de mirar hacia arriba. Si lo haces corres el riesgo de perderte alguna de sus joyas platerescas. Empezamos a coger el latido a la ciudad por la Rúa Mayor hacia la calle de la Compañía, allí nos encontramos la Clerecía y la Casa de las Conchas.


Dicen que hay 365 conchas, con cada una de ellas el señor Rodrigo Maldonado recordaba a su mujer el amor que sentía por ella cada día del año. Aunque hay otras leyendas, como la que dice que debajo de cada concha hay una moneda de oro. Aquí ya encontramos la piedra de color arena que le dará ese tono dorado a los atardeceres de la ciudad charra. 

Y si ese es su color, ¿a que huele Salamanca? Huele a saber, a ciencia, a literatura. Llegamos al Patio de Escuelas y ante la fachada plateresca de la antigua universidad nos entretenemos buscando la rana. Rana que en verdad es un sapo sobre una calavera. Un símbolo que en el renacimiento significaba pecado carnal. Pasa los estudiantes de la época era un toque de atención ante la sífilis. Entramos dentro y se respira sabiduría por todas las paredes. Aquí dentro fray Luis de León daba clases de Teología, y dijo aquella famosa frase del "decíamos ayer" cuando retomó sus clases después de cuatro años de cárcel. Otras referencias literarias de Salamanca son Unamuno , San Juan de la Cruz, o personajes como el licenciado Vidriera de Cervantes que decía de Salamanca que "enhechizaba la voluntad de volver".

biblioteca de incunables de la Universidad de Salamanca


"Advierte hija mía, que estás en Salamanca, que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes. Gente moza, antojadiza, arrojada, libre aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de buen humor"

Esta definición de los estudiantes que también hizo el Licenciado Vidriera define muy bien al estudiante de entonces. Ese que tenia derecho al pataleo cinco minutos antes de empezar la clase para entrar en calor. Y es que Salamanca es de temperaturas extremas. En invierno el frío obligaba a los estudiantes más pobres a ir enrollados en mantas y de ahí la expresión "ser un manta". 

los vítores de  los estudiantes
Y si paseando por la ciudad charra os encontráis con grandes letras rojas pintadas en muchas fachadas estáis delante de los vítores, hechos con sangre, aceite y arcilla. Era la "firma" del estudiante, que había conseguido ser bachiller ("el grado") y tenia recursos económicos para dejar plasmado tan tremendo esfuerzo (había que pagar misa y toros).

catedral
Y ahora toca el turno de la catedral, o de las catedrales, porque son dos en una. Veían la primera demasiado poca cosa y adjuntaron otra más grande. Nada tiene que ver una con otra. La vieja, románica, es recogida y humilde, la nueva es todo esplendor con un churrigueresco que extasía. 

Dejaros tiempo para ver detenidamente la portada del Nacimiento o para buscar el astronauta en la puerta de Ramos.
el astronauta de la portada




Si me acompañáis bajamos al río Tormes por el puente romano. Por aquí volvían las prostitutas en acabar la cuaresma y Navidad. Volvían y los estudiantes les engalanaban con ramas las barcas, de ahí el nombre de rameras. Y también en Salamanca nace el origen de la expresión irse de picos pardos, pues las faldas y enaguas de estas mujeres acababan en picos de este color.

Y en este puente nos encontramos el famoso verraco del Lazarillo de Tormes. El toro de piedra donde el ciego golpeó la cabeza al Lazarillo. 

patatas revolconas
Y si entre tanta historia y tanto callejeo os llega el hambre no dudéis en buscar un pequeño restaurante en la calle Prior, cerca de la plaza Mayor, se llama Mesón La Dehesa y tiene los mejores ibéricos de todo Salamanca. Tienen ganadería y secadero propios. Tampoco olvidar de probar las patatas revolconas o meneás.

Y para acabar la jornada un paseo nocturno entre las parras y los frutales del Jardín de Calixto y Melibea. El autor de La Celestina , Fernando de Rojas, también fue estudiante de Salamanca. Desde aquí, asomados al Tormes, nos despedimos de Salamanca.

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