Hay dependencias y/o toxicomanías que se guardan en la despensa de casa. Yo lo tengo muy claro: las patatas fritas, las de bolsa de toda la vida, las chips, son adictivas. Ya lo dice la publicidad, no se puede comer sólo una. Y también se encarga la industria de que sea así. En principio parecen inofensivas: patata, aceite y sal. Pero en verdad, son de naturaleza perversa y dañina. Es lo primero que te quitan en una dieta para adelgazar y lo último del recorrido en las estanterías de supermercados y tiendas. Yo he visto comer patatas convulsivamente, y yo misma reconozco que es un sacrificio no comer si te las ponen delante. Hay países que las comen por convicción nacional, lo he visto en Inglaterra y en Sudáfrica, donde la variedad es tan extensa como encuentras aquí aceitunas diferentes. En la última novela de Ian McEwan, Solar,he encontrado una descripción de este habito-adicción, una increíble y lograda descripción sin desperdicio. Ahí os la dejo:
Era un bolsa de papel de aluminio que contenía patatas cortadas en rodajas finas, cocidas en aceite y espolvoreadas de sal, productos alimenticios industrializados y pulverizados, con agentes conservantes, sustancias que realzan el sabor, hidrolizantes y amplificadores, reguladores de la acidez y colorantes. Patatas fritas con sal y vinagre. Seguía empachado por la comida, pero aquella particular delicia química no era posible encontrarla en París, Berlín o Tokio y la ansiaba ahora, la picazón actínica de aquellos treinta gramos: la medida de un camello de droga. Una última descarga en el organismo y ya no volvería a probar la porquería.(…) Cogió la bolsa con las dos manos y rasgó el borde, que despidió un aroma pegajoso de grasa frita y vinagre. Era una habilidosa simulación de laboratorio del fish and chips de la vuelta de la esquina, una escenificación de recuerdos gratos y deseos de identidad nacional. Extrajo una patata entre el pulgar y el índice, depositó la bolsa en la mesa y se recostó. Era un hombre que se tomaba sus placeres en serio. La delicia consistía en colocar el pedazo en el centro de la lengua y, tras un momento en que la sensación se expandía, aplastar fuerte la patata frita para que se rompiera contra el velo del paladar. Su teoría era que la rígida superficie irregular causaba abrasiones diminutas en la piel blanda sobre la cual se vertían las sal y los productos químicos, creando un suave y distintivo efecto de placer y dolor. (…) El residuo salado de la primera deglución le dio la sensación de que le sangraban las encías. Se desplomó en el asiento, abrió la boca y repitió la experiencia, aunque esta vez mantuvo los ojos abiertos. Inevitablemente, la segunda patata era menos picante, menos sorprendente, menos penetrante que la primera, y fue precisamente esta deficiencia, esta desilusión sensual, lo que le despertó la necesidad, conocida por los drogadictos, de aumentar la dosis. Comería dos patatas juntas.
Decidme ahora si no os apetece ahora mismo abrir una de esas bolsas.
Un rinconcito para los valientes de ánimo, donde encontrar un bálsamo en forma de libro, película, pensamiento o receta. De toda cabe en esta caja de Pandora que sólo se abre para los que tenéis el coraje de soñar.
2 comentarios :
Te juro que mientras lo leía estaba salivando cual perro de Paulov
Pero tú no estás a régimen?
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