2013: el año que vivimos peligrosamente

Por fin llega a su desenlace el 2013. Ha sido un año agónicamente largo. No ha habido muchas alegrías, y si muchas tristezas. A todos nos ha tocado el drama del paro, ya sea directamente, o como efecto colateral en amigos y familia. No conozco a nadie que se haya salvado, y eso dice mucho de la dimensión de la tragedia. 

También ha sido un año dónde hemos asistido a otra larga lista de desahucios. Por no hablar de la lista de negocios cerrados; más de uno y de dos en cada uno de nuestros barrios. Sin olvidar la epidemia de la corrupción política, que se ha ido aireando a lo largo de estos doce meses. Un año en el que la vergüenza nos ha sacado los colores a todos. Lo hemos visto con la tragedia de los 366 muertos en el naufragio de los inmigrantes en Lampedusa. No hay que olvidarlo.

Acaba un año de decepciones. Un año donde nos han recortado en los servicios públicos básicos como son la sanidad, la cultura y la educación. Por no hablar de las subidas de la luz, el IRPF o el IVA. Un año en el que todos hemos sentido la zarpa del cáncer muy de cerca, mientras en los laboratorios y hospitales la investigación camina como un cangrejo por falta de ayudas.

No ha sido una año ni siquiera de tímidas alegrías. El cuerpo no lo tenemos para jotas y se nos nota en el ánimo.

Y dos son los sentimientos que nos ha dejado este 2013 . Por un lado, la falta de empatía de los que nos gobiernan, y por otro, el escepticismo de quienes somos gobernados. Si ellos no son capaces de ponerse en la piel del ciudadano de a pie, vamos mal. Pero sí encima nosotros nos convertimos en escépticos, vamos peor. Pero claro, ¿cómo mantener la alegría, la esperanza o la razón cuando todo se desmorona a nuestro alrededor?

El 2013, el año que vivimos peligrosamente, o sobrevivimos con escasa dignidad, baja la persiana. Y con él todos los propósitos que albergábamos con cierta ilusión. 2013 ya es un año para el olvido. Fácil lo tiene el 2014 para ser, aunque sea, un poco mejor.