Que el olor del café te
produzca un chute de endorfinas en un momento especial del día es uno de esos
pequeñas cosas que vale la pena vivir diariamente. Igual que la ducha caliente
a la vuelta del trabajo en un día de lluvia. Y así podría poner hasta cien ejemplos
en un ratito. Y es que tenemos la suerte de vivir, ahora mismo de sobrevivir,
gracias a esos pequeños ratitos de goce, a esas micro-cápsulas de felicidad.
A veces tengo la sensación de
que las hojas del calendario son losas de pizarra gris. Así de pesadas son de
pasar. Por eso en estos tiempos que corren (más bien se arrastran) hay que
buscar momentos en el día para celebrar. Cualquier cosa que nos relaje, nos de
gustito, nos deje un suspiro o nos provoque una sonrisa.
Y sé que a veces romper un día
gris para dejar pasar la luz, cuesta. Sobretodo cuando no estas seguro de poder
arrancar la hoja del calendario. Cuando lo que viene a la vuelta de la esquina
es un pozo negro. Un pozo al que caes despacito desde hace meses, con la
angustia de no encontrar cuerda donde agarrarte. Pero así y todo hay que saber
encontrar el rayito de luz que entra al pozo y gracias al cual sobreviven muchos
organismos. Nosotros somos parte también de ese microcosmos. Bichitos
insignificantes sabedores de que alguien fuera nos espera, de que tenemos gente
que se acuerda de nosotros, que te llama y se interesa por ti, que te pregunta
como estás, que se hace participe de tus angustias y tus incertidumbres. Sólo
por ellos debemos y tenemos que encontrar el rallito de luz.
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