Dos historias de amor.
Dos tiempos distintos. Dos almas gemelas. Y una misma canción. Así se
micro-resume Café de Flore, una producción franco-canadiense que es una de las películas que más me han gustado de lo
que llevamos de tórrido y cinematográfico verano.
También tengo que decir
que no es una película redonda por el final, pero seria injusto
penalizarla cuando la película está llena de aciertos y
gratificaciones. Empezando por la música.
La película lleva el
título de la canción principal, Café de Flore, compuesto por Matthew Herbert en
los 60. Es el tema que oyen la madre y el hijo, protagonistas de una de las
historias. Una remezcla de esa misma pieza musical es lo que pincha un
afamado disc-jockey , protagonista de la segunda historia. Luego hay temas de de bandas
como Pink Floid , hay clásicos franceses, hay folk, música
electrónica...Es el ritmo de todo este babel musical el que va acompañando los
sucesos de estas dos historias.
París y Montreal son los
dos escenarios elegidos por el director canadiense Jean-Marc Vallé
(C.R.A.C.Y.) para situar estas dos historias de amor: el que siente Jacqueline
(Vanessa Paradis) por su hijo con síndrome de Down, y el de Antoine (Kevin Parent), un triunfador de la vida que
parece tenerlo todo.
¿Existen o no existen las
almas gemelas? , es más, ¿se puede tener una alma gemela en otra vida?
Un rinconcito para los valientes de ánimo, donde encontrar un bálsamo en forma de libro, película, pensamiento o receta. De toda cabe en esta caja de Pandora que sólo se abre para los que tenéis el coraje de soñar.
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