Acabado el curso escolar me veo en la liviana
y agradable "obligación" de volver a la popular y no vemos
gratificante costumbre de la siesta. Obligada a saltármela por diferentes
razones durante el resto del año, la siesta se me antoja ahora un lujo al
alcance de los mortales. Uno de los pocos placeres, junto al sexo y la lectura,
de los que podemos todavía gozar sin pagar.
Tan llena de bondades está que es lo
único que hemos exportado con éxito internacional. Hasta los de la NASA
hicieron un estudio para acabar comprobando que los astronautas mantenían la
lucidez y la buena disposición después de dormir una siesta tras una mañana de
intenso trabajo. El estudio estableció el minuto 26 como el propicio para
despertarse de «tan breve letargo». Atención a ese dato porque es importante lo
del tiempo. Si nos excedemos de 30 minutos entramos en fases más profundas de
la «arquitectura del sueño», ciclos más propios de la noche, con lo cual
engañamos al organismo.
El nombre de la popular cabezadita, siesta,
viene de la hora sexta benedictina, la que estos monjes dedicaban al descanso.
Así que aprovechemos estos ratitos impagables para desconectar del mundanal
ruido, ahora que todavía podemos. Porque los griegos hoy, ni la siesta se han
podido echar.
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