
¿ Os habéis dado cuenta que somos una absurda contraseña? A eso hemos llegado. Somos una combinación extraña de números o letras que se apodera poco a poco de nuestro yo anterior. Hemos cambiando el tradicional “dime con quien andas y te diré quien eres” por esto nuevo de “dime el PIN que has elegido y te diré como eres” o “dime tu contraseña y te adivino de que pie cojeas”.
Somos lo que hoy en día se llama un password en el mundo de los nativos digitales, o un nickname para los aviesos que navegan por chats y oscuros foros donde hay que esconderse detrás de lo que la ortodoxia patria conocía como alias.
Hoy la contraseña nos la piden hasta para comernos el plato de sopa boba. Para todo, contraseña para el recibo de la luz, contraseña para el banco, contraseña para comprar, para el paypàl, para la escuela oficial, para el facebook, para el youtube, para Iberdrola, para el móvil….
Dejamos de existir como personas para ser unas letras pegadas a una arroba y a continuación una palabra que nos hemos asociado a nuestro carácter, a nuestra persona; el nombre del gato, o el del primer amor, cada uno es fiel a lo que quiere o a lo que puede.
Lo más lógico es ponerte la misma clave de usuario, una para todo, así, fuera memorizar combinaciones irrisorias i anodinas que olvidas en volver a utilizar ese mismo servicio. Pero por alguna oscura razón no ponemos siempre la misma contraseña. ¿o esto sólo me pasa a mi?
Así que vamos coleccionando contraseñas como si guardáramos en un cajón pasaportes falsificados de chinos sin residencia. ¿Cuántas veces os habéis cabreado por no acertar con el santo y seña que te pide el maldito ordenador?