16 marzo 2010

La batalla de Petracos

El 21 de noviembre de 1609 miles de moriscos, entre ellos muchos niños y mujeres indefensos, fueron masacrados sin piedad en el Valle de Laguar por las tropas cristianas

GERARDO MUÑOZ LORENTE (Diario Información)

Los cronistas son unánimes al describir la horrible matanza que se produjo cuando los soldados y las milicias irrumpieron aquella mañana del 21 de noviembre de 1609 en el Valle de Laguar. En sus Apuntamientos, Diago escribe que «cayo mucho agua con fuerte viento y hazia grande frio», razón por la cual las milicias efectivas dejaron de perseguir a los moriscos que huían al tercer peñón, para dedicarse al saqueo, mencionando concretamente los de Jijona y de Cocentaina. Pero, mientras las milicias se daban a la rapiña, matando a todo aquel morisco que aún se hallaba en su casa, en su tienda o en su pueblo, los soldados extranjeros de los Tercios se dedicaban a masacrar a cuantos pillaban en su despavorida huida, sin respetar a las mujeres ni a los niños.

«Murieron de los rebeldes mas de mil y quinientos, usando los soldados de las crueldades que traen consigo semejantes ocasiones», explica Escolano, antes de describir las escenas más terribles: «Porque los niños de teta arrebatavan de los braços de las madres, y los estrellavan en las peñas; y por no detenerse a quitarles los zarcillos a ellas, les cortavan las orejas. Reconociendo un soldado una Mora muerta por si llevava dineros o joyas, la vio q. por una puñalada que tenia en la barriga, salia una mano de un niño, y movido a lastima, (efectos de la predestinaciò) le acabò de sacar, y dandole el sagrado bautismo, murio luego. Muchas mugeres se cubrian el rostro con las faldillas, y abraçadas con sus hijos, se arrojavan por las peñas abaxo, pensando hallar mejor acogimiento q. en los soldados: y todos los q. cahian heridos, antes de ser muertos, eran luego despojados, y quedavan desnudos».


Viendo aquella cruel masacre, varias veces los moriscos intentaron bajar del tercer peñón para auxiliar a su gente, pero siempre fueron rechazados por los soldados. En una de aquellas intentonas pereció Mellini.
Así lo cuenta Del Corral: «vista la mortandad por Millini salio con los mas arriescados (o mas propriamente hablando desesperados) a socorrer los suyos con grande orgullo y boceria. Cayó Millini a los primeros balaços de uno, con cuya muerte afloxaron y desmayaron del todo sus gentes; muchos murieron con el, algunos se bolvieron con tiempo a encerrarse en el castillo del Pop [en la cima del tercer peñón]». Más adelante, agrega que el caudillo morisco «murio a manos de la compañia de Xixona». Sin embargo, Escolano dice que murió de otro modo: «se ofrecio a morir como valeroso Moro, y peleando detras de una peña, le acometio el Sargento Francisco Gallardo con una alabarda; el Moro se vino para el con un chuzo, y dandole el Sargento un alabardazo por los pechos, cayeron juntos en tierra: y con estar atravessado el Moro se levantò a un mesmo tiempo con el Sargento, q. sacando su alabarda, le dio otra herida, y murio. Era Millini hombre de cuerpo robusto y alçado (…). No se señalò menos un sobrino del dicho Millini, que haviendose puesto delante, un buen tiro de los demas, hizo con sola una honda en la mano rostro a toda la arcubezeria y mosqueteria, lloviendo sobre el como lluvia de balas: pero jamas le acerto ninguna, y siendo tan venturoso como valiente, se retiro con los demas».
El actual cronista de Alcalalí, Miguel Monserrat, posee copia de un diario inédito de este sargento jijonenco que acabó con la vida de Mellini.

Conmemoración de La ignominia
Mejía se conformó aquel día con la conquista del Valle de Laguar, a falta del reducto donde se escondían los moriscos: la cima del tercer peñón, donde se decía que estaba el legendario castillo de Pop. Mandó que guardaran el pie de este peñón dos compañías de la milicia efectiva, una de las cuales era la de Villajoyosa, y dejó que las demás, junto con los Tercios, disfrutaran del botín conseguido.
Este botín, «procedente en su mayor parte del despojo de los cadáveres, se estimó en unas 30.000 coronas», según Lea. Por su parte, Escolano dice que el «despojo (fuera de lo que los Moros escondieron en las paredes, silos, y cuevas) fue innumerable, y con tanto estremo, que durò tres dias venderse el caiz [cahíz] del trigo por ocho y diez reales, con ser infinitos los que compravan. De los otros granos apenas se hallava precio, y se davan dados. Los carneros y machos se matavan para comer sin cuenta ni razon, ansi para todo el exercito, como para todos los aventureros. Por sola una cabeçuela degollavan un cabrito, y una res por el higado, echando lo demas a los perros: y tal Capitan huvo que vendio un rebaño de quarenta bueyes y vacas por seyscientos reales».

Ya sabemos que Escolano cifra el número de moriscos muertos aquel día en más 1.500; lo mismo que Bleda. Boronat la eleva a 2.000, Fonseca y Lea a 3.000, y aun hay otros que la suben a 4.000. Por el bando contrario sólo hubo una baja: la del soldado Bautista Crespo, natural de Benissa, muerto al disparársele su propio mosquete; «y aunque eran muchos los heridos, fue servido Dios (cuya causa defendian) que casi milagrosamente, dentro de 24 horas sanavan», asegura fray Damián Fonseca.
Complacencias como la de Fonseca por la muerte de un único cristiano frente a los miles de moriscos masacrados, hace escribir al escolapio Giner Guerri, cronista murlí: «no es ningún timbre de gloria, sino más bien –creemos– un estigma de ignominia, pues delatan la ferocidad de unas tropas bien pertrechadas que se lanzan con todo su ímpetu contra miles de víctimas indefensas, aunque entre ellas hubiera algunos centenares o millares de enemigos armados con hondas y armas de fuego, pero con todo no lograron siquiera abatir a uno solo de sus enemigos. Aquello, pues, no fue una batalla digna. O como dijo Menéndez y Pelayo: "Empresa más descabellada no se vio jamás en memoria de hombres. Ni la guerra fue guerra, sino caza de exterminio, en que nadie tuvo entrañas, ni piedad, ni misericordia; en que hombres, mujeres y niños fueron despeñados de las rocas o hechos pedazos en espantosos suplicios"».

¿Cómo no estar de acuerdo con estas palabras? Aquella batalla conocida como de Petracos, la última que se libró entre cristianos y musulmanes en España, no fue una batalla, ni siquiera un combate desigual (bastones y piedras contra arcabuces y mosquetes; campesinos desesperados contra soldados forjados en varias guerras), sino una cacería despiadada, cruel e intencionada, por cuanto Agustín Mejía pretendió con ella, a conciencia, dar un durísimo escarmiento a los rebeldes.

A pesar de ello, aquella matanza fue conmemorada como una gran hazaña bélica, o mejor aún, como una gran cruzada. El Patriarca Ribera instituyó una procesión que, saliendo de la catedral de Valencia hacia la iglesia del colegio del Corpus Christi, se celebró cada año el 21 de noviembre, día de la Presentación en el Templo de la Virgen, en conmemoración de aquel triunfo cristiano contra las hordas sarracenas. En 1866 se abolió aquella fiesta conmemorativa, pero se restableció la procesión en 1895

1 comentario :

dapazzi dijo...

Pilar, hace tan solo unos años, que en el centro de Europa, a 30Km de Venecia estaba ocurriendo las mismas atrocidades, tal vez peor.
Todo por un conflicto socio-religioso, con pretensiones de hacer una evoluciÓn geo-politica.
LO MISMO DE SIEMPRE.(tiene razón Ester cuando dice: las personas no cambian)