12 febrero 2010

La carretera

Al anochecer encendieron lumbre arrimados al tronco y comieron quimgombó y alubias y las últimas patatas enlatadas que quedaban. La fruta se había terminado hacía tiempo. Bebieron té y se quedaron sentados junto al fuego y durmieron en la arena y escucharon el rumor de las olas en la bahía. El largo estremecimiento y la caída posterior. Se levantó por la noche y caminó por la playa envuelto en sus mantas. Estaba demasiado negro para ver. Sabor a sal en los labios. Esperando. Esperando. Luego el lento estruendo perdièndose en la playa. Aquel siseo como de hervor que se extendía por la arena y se alejaba otra vez. Pensó que aún podían quedar barcos de la muerte, flotando a la deriva con sus lánguidas velas hechas harapos. O acaso vida en las profundidades. Grandes calamares propulsándose por el lecho marino en la fría oscuridad. Yendo y viniendo como trenes, los ojos del tamaño de platillos. Y sí, más allá de aquel empañado oleaje tal vez otro hombre caminaba con otro hijo por la arena muerta y gris. Dormidos pero con un mar de por medio en otra playa entre las amargas cenizas del mundo o en pie y andrajosos, perdidos bajo el mismo sol indiferente.


Ahora que La carretera (The Road) está en la cartelera de los cines , vuelvo a recomendar desde aquí la lectura de la novela de Cormarc McCarthy en que se basa el filme. Soberbia y esplèndida lectura. Uno de los mejores libros de los últimos años.

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